El próximo Congreso debe cambiar las prioridades. Debe proponer una agenda de futuro, que contenga las demandas urgentes y que siente las bases para una Argentina que dialogue.
Es notable como naturalizamos la Argentina a medias. Sorprende la facilidad con la que nos acostumbramos al deterioro permanente.
Ya no nos interpela el 50% de pobreza. 50% de inflación. 50% de empleo informal. 50% de cada lado de la grieta. 50% sin acceso a la vacuna. 50% de chicos sin clases. 50% de jubilados indigentes. 50% de jóvenes que quieren irse del país. 50% de empresas endeudadas con AFIP. 50% de jóvenes que no logran terminan la secundaria.
En la Argentina del 50% falta el aire, es difícil respirar donde todos los días cierran locales, donde a las empresas se las exprime hasta quitarles la última gota de entusiasmo, y no conforme con ello se las extorsiona con crear nuevos impuestos y más trabas, y a los ciudadanos se los señala con el dedo acusador todo el tiempo, de amenaza en amenaza. Hipocresía, abusos y excesos.
Las próximas elecciones legislativas son relevantes para el futuro, porque las urnas son el camino más eficiente para indicarle a los gobernantes que el mérito es un motor para el progreso social, que los planes sociales terminan generando más pobreza y estigmatización, y que por el contrario, lo que hace falta es más trabajo y futuro.
El Presidente premia el fracaso. Tolosa Paz y Gollán encabezan la lista de diputados del gobierno, justamente quienes gestionaron la Mesa del Hambre y un Ministerio de Salud, que son los dos fracasos más evidentes y dolorosos. El mensaje entre líneas de Alberto Fernández a la sociedad es de valoración de lo mal hecho, de los privilegios, del relato.
Y esta actitud desmotivante se refleja en todas las áreas de gobierno.
En educación, los alumnos se han transformado en una herramienta de extorsión de sindicalistas amigos del Poder, que escondidos tras las paritarias del sistema educativo, le ponen un candado al futuro de nuestros jóvenes, arrebatándoles la esperanza y las oportunidades.
En cuestiones sociales, la desesperanza se vuelve aún más profunda con el creciente desempleo y con el deterioro del salario real frente a una inflación sin control. Todos los días todo aumenta. Ir al supermercado se ha transformado en una necesidad angustiante. Salimos con la mitad de las cosas que comprábamos un año atrás.
En economía, vemos empresas que cierran y empleos que desaparecen. Emprendedores que se cansan y declinan su proyecto. La actividad privada, verdadera generadora de empleo, cada vez se achica más, frente a un gobierno que avanza sobre la vida de cada ciudadano, asfixiando y cancelando expectativas. Pequeñas pymes que emigran a países vecinos donde no son castigadas ni confiscadas con impuestos impagables.
Frente a este cuadro angustiante y doloroso, el Presidente y su círculo de poder, hacen de los privilegios la única política de Estado sostenible. Violan las normas que ellos mismos decretan, frente a nuestra cara, sin movérseles un músculo. Vacunas vip, fiestas vip, liberación de presos amigos, cargos para militantes que no trabajan, mentiras, mentiras y más mentiras.
Cuando Alberto Fernández deje de ser Presidente, se llevará el recuerdo persecutorio, que durante el momento de mayor esfuerzo de la sociedad Argentina, apremiada por el hambre, el encierro, las enfermedades y la imposibilidad de moverse, él nos mintió a todos. Mientras el pueblo sufría, él y su corte de acomedidos se divertían y hacían todo lo que le prohibían al resto de los argentinos.
El próximo Congreso debe cambiar las prioridades. Debe proponer una agenda de futuro, que contenga las demandas urgentes y que siente las bases para una Argentina que dialogue, donde se pueda disentir sin ser marcado, y las diferencias sirvan para acordar un camino común.
Debe venir una Argentina donde se comprenda que el 100% es más que el 50%. Una Argentina que mire hacia adelante y que genere las condiciones para que cada uno tenga oportunidades de desarrollar su proyecto de vida, junto a sus afectos, en libertad y con respeto.